domingo, 11 de mayo de 2008

En el hotel (fragmento)

[Hoy voy a poner un fragmento de un relato con el que hace unos meses gané un tercer premio en un certamen literario.
Algún día lo pondré entero, pero es que es muy largo para una sola entrada...]

EN EL HOTEL (fragmento)


III

- Es muy tétrico, Dani. Cómo se les ocurre poner aquí un cementerio como si fuera un parque… con la cosa que me da a mí esto.
- ¿Entramos?
- Ni hablar… yo ahí no entro.
- ¡Espera, espera! No corras… sólo un paseíco.
- Que no. ¿No te das cuenta de que a la una en punto revisan las habitaciones, y si no estamos nos la cargamos?
- ¡Pero si aún no son las doce, y estamos a menos de diez minutos del hotel!
- Bueno, pues entra tú. Yo me voy.
- Venga, que no te va a pasar nada… Si voy a estar contigo…
- …
- ¿Vamos?
- Pero hasta ese árbol de ahí, luego damos la vuelta.
- Vale.

Conseguí convencerla para que nos sentáramos en un banco cercano a una farola, rodeados de lápidas. Ella miraba insegura hacia todas direcciones posibles, como esperando que alguien fuera a darle un susto. Ambos nos quedamos algo sorprendidos al ver un anciano matrimonio paseando por allí con su perro, como si tal cosa.
- Pues me han dicho que el año pasado un hombre se suicidó desde allí- dijo señalando con la cabeza la azotea de nuestro hotel, la que tan bien conocíamos.
- Joder, pues de rebote iría al cementerio, no tendrían que pagar ni entierro…
- Dani, tío, no bromees con esas cosas- dijo completamente seria-, que me da cosa.
- Pero si la muerte es algo natural…
- Pues a mí no me gusta hablar de eso, y menos en tono de broma. Y ahora me voy, buenas noches- se levantó del banco y antes de que diera un paso la agarré de un brazo y le supliqué con la mirada que se quedara. “Venga, que es una de nuestras últimas noches en Praga”, le dije. Ella sonrió y volvió a sentarse, esta vez más cerca de mí. Yo ya sabía que no iba a irse, que lo hacía solo por fastidiarme. Y eso me encantaba.
- Pues a mí no me da miedo la muerte- le dije, porque sabía que volvería a poner esa cara de amargura que tanto me gustaba.
- Pues a mí sí…
- Pero míralo así: de alguna forma, todos hemos estado muertos una vez. Antes de nacer no éramos absolutamente nada, y al morir volveremos a ser lo mismo: nada.
- Pues yo no puedo verlo así. Si después de no ser nada, se nos ofrece algo tan maravilloso como es la vida, ¿quién querría volver a ser nada?- que guapa se ponía cuando estaba tan mística-. Desde luego yo no… ¿no te produce vértigo la idea de una eternidad sin sentir nada… sin ser absolutamente nada?
- Nunca lo he pensado- dije. Y era la verdad-.
- Lo único que me tranquilizaría- dijo- sería pensar que al morir volvamos a nacer en otro cuerpo, que nos reencarnemos.
- Pues a mí no… yo soy yo, y punto. No podría ser yo en otro cuerpo. No tendría ni mis recuerdos, ni mi carácter, ni mi visión de las cosas, ni la gente que me rodea. Y entonces ¿de qué serviría la reencarnación, si esta vida, que es la que me gusta, ya no fuera posible? Además, que yo no creo en esas chorradas.
- ¡Bueno, ya vale de hablar de esto! Que me voy, ¿eh?- antes de que hiciera amago de levantarse le dije, absolutamente seguro de mis palabras, que sabía que no se iría-. Lo sé- fue su respuesta, y acto seguido se tumbó en el banco con la cabeza apoyada en mi regazo, mirando hacia el cielo- Cuantas estrellas, ¿verdad?
- Sí, muchas- dije sin mirar al cielo, observando sus ojos, que en esos momentos me parecían mucho más fascinantes que las estrellas.
Cuando se dio cuenta de que me había perdido en sus ojos, los clavó en los míos, y yo sentí que me mareaba. Entonces ella se incorporó y, sentada junto a mí, juntó sus labios con los míos. No sé cuántas horas pasamos en aquel cementerio, observados por las estrellas.


Carlos Carranza

2 comentarios:

  1. Me gustan los diálogos. ¿nos pondrás el relato entero?
    Bss!

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  2. ¡¡Gracias!! Por supuesto que lo pondré entero...
    Chao!

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