miércoles, 29 de mayo de 2013

Viaje al futuro sin retorno.





Martes, 22 de abril de 2008. 

Las clases de Lingüística General están resultando ser todo un descubrimiento para nosotros, protofilólogos. Pero sólo a veces, cuando la profesora (que nos parece un amor de mujer) nos cuenta algo tan interesante y revelador que ya tenemos tema de conversación para la hora libre que tendremos tras esta clase. O, simplemente, cuando nos señala un “pero” por la ventana y todos giramos la cabeza esperando ver, literalmente, un PERO con brazos, piernas y ojos saltones dando brincos por el aula. Inocentes alumnos de primero.

Es el cumpleaños de Sara, la chica del pelo rizado y el “Chicos, ¿qué hago?” siempre en la boca. Tal vez salgamos esta noche, porque mañana es San Jorge y no tenemos clase, aunque aún no estamos muy hechos a eso de la fiesta universitaria. Lo que decía, inocentes alumnos de primero.

Yo estoy sentado junto a Luismi, en la tercera fila, y no atendemos mucho porque estamos diseñando los personajes del cómic que estamos creando. Trata sobre un superhéroe filólogo llamado Súper Anapesto. El profesor de latín nos dio la idea para el nombre del personaje (y también nos ha bautizado como Los dunviros, porque siempre vamos juntos) y Ainhoa nos ha dado la idea para crear a las tres enemigas de nuestro superhéroe, las Brujas Químicas. Son muy malas. 

Saray hoy no ha venido porque está malita. Nerea gira un boli entre sus dedos con habilidad (antes de terminar la carrera tengo que aprender a hacer eso). Nos llega un olor a mandarina y todos miramos a Sara, que se ríe con disimulo y con la boca llena mientras esconde la piel de su fruta favorita en el cajón.

La verdad es que estoy muy contento con el grupo de protofilólogos que nos hemos juntado. A veces vienen unas chicas mayores con nosotros, de quinto curso por lo menos. Una es Cristina, a la que hemos conocido gracias a que sigue viniendo a clase de latín; la otra es Judith, que siempre nos saludo con un “¡¿Cómo están mis niños?!”. En la primera fila hay cuatro estudiantes de Filología Clásica, tres chicas y un chico. Nunca hablamos con ellos, quién sabe si algún día los conoceremos.

Quedan quince minutos de clase y no aguantamos más, queremos salir a tomar un café y salvar el mundo en nuestra cafetería,  El Lago Ness. Ayer conseguimos solventar esta angustia de final de clase con mi fantástico reloj que adelanta el tiempo. ¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes utilizar tan maravilloso aparato?! Pero... hoy me siento más inspirado. ¿Qué tal un viaje a un futuro más lejano? Por curiosidad, más que nada… Ayer, en la hora libre, hablamos sobre el futuro, sobre todo lo que nos quedaba de carrera, todo lo que tendríamos que estudiar... Empiezo a girar las manecillas del reloj rápidamente, creyéndome Hermione Granger con su giratiempo; cambio el día, el mes, el año… 


 Miércoles, 29 de mayo de 2013

Aparezco en una clase de Literatura del Siglo XX. Caras nuevas me rodean en esa horrible aula del Pabellón de Filología. A mi lado una chica de pelo rizado, que no es Sara, juega con su móvil escondido en un estuche de lentejuelas rojas. Giro la cabeza y empiezo a reconocer caras: Luismi está sentado detrás de mí, Saray en la última fila cogiendo apuntes a ordenador… Ni rastro de Sara, Ainhoa o Nerea… Deben haberse licenciado ya. Mucho menos hay rastro de Cris o Judith.

Entonces me doy cuenta de que mi viaje en el tiempo ha sido más poderoso de lo que me proponía, pues guardo muchos recuerdos de todos estos años que me he saltado y que empiezan a invadir mi cabeza como flashbacks: un concierto de Celtas Cortos, "el lunes volveremos a ser personas normales", todo el grupo sentado en el Parc Güell haciéndonos una foto, una trindesaca, Sara bailando en una calle del centro de Madrid, una fiesta griega en honor a María, un repaso de un examen de última hora con Julia, yo con Luismi en una ciudad francesa… Y muchísimos más recuerdos, tantos y tan buenos que tengo la necesidad de volver a mi tiempo, a aquel 22 de abril de 2008, para poder vivirlos y disfrutarlos con más intensidad de lo que puedo recordar. Empiezo a retroceder las manecillas del fantástico reloj, pero no ocurre nada. Me empiezo a poner nervioso, la chica de pelo rizado que tengo al lado me pregunta que qué hago. No sé cómo explicarle mi situación. La clase ya está acabando y ya no sé qué hacer. El reloj se me rompe en la muñeca de tanto tocar botones y ruletas. El profesor se despide y se levanta de su silla para dirigirse a la puerta. Estoy muy asustado.

Se forma un pequeño alboroto, todo el mundo empieza a ponerse de pie, yo también, nervioso. Me giro hacia Luismi. "Ya está", me dice, "nuestra última clase de la carrera".


Y no. Nunca volvimos a ser personas normales.

viernes, 24 de mayo de 2013

La ciudad y los perros.

Te mandan leer un libro en la universidad. Es de Mario Vargas Llosa, uno de esos autores que hay que haber leído. Se trata de La ciudad y los perros, su primera novela. Es una lectura obligatoria, de una asignatura que no te apasiona del todo, las expectativas son bajas. Al principio no te engancha. Cambios de perspectiva, cambios de espacio y de tiempo en la narración, monólogos interiores... pero son justo estos aspectos, característicos de esa novela, los que a las 100 páginas hacen que te vayas enganchando más y más, y termines absorto en una lectura que te lleva a un final que no te convence del todo. 

Y piensas en lo que has leído y no sabes si te ha gustado mucho o muy poco, pero te ha atrapado hasta la última página. Te ha hecho vivir la historia de sus protagonistas. Te ha hecho sentir con ellos. Y pasas tres días pensando la historia del Poeta, del Esclavo, del Jaguar y de Teresa.

A fin de cuentas, eso es lo que hace que un libro te guste. 


Tengo pena por la perra Malpapeada que anoche estuvo llora y llora. Yo la envolvía bien con la frazada y después con la almohada pero ni por ésas dejaban de oírse los aullidos tan largos. A cada rato parecía que se ahogaba y atoraba y era terrible, los aullidos despertaban toda la cuadra. En otra época, pase. Pero como todos andan nerviosos, comenzaban a insultar y a carajear y a decir "sácala o llueve" y tenía que estar guapeando a uno y a otro desde mi cama, hasta que a eso de la medianoche ya no había forma. Yo mismo tenía sueño y la Malpapeada lloraba cada vez más fuerte. Varios se levantaron y vinieron a mi cama con los botines en la mano. No era cosa de machucarse con toda la sección, ahora que estamos tan deprimidos. Entonces la saqué y la llevé hasta el patio y la dejé pero al darme vuelta la sentí que me estaba siguiendo y le dije de mala manera: "quieta ahí, perra, quédese donde la he dejado por llorona", pero, la Malpapeada siempre detrás de mí, la pata encogida sin tocar el suelo, y daba compasión ver los esfuerzos que hacía por seguirme. Así que la cargué y la llevé hasta el descampado y la puse sobre la hierbita y le rasqué un rato el cogote y después me vine y esta vez no me siguió. Pero dormí mal, mejor dicho no dormí. Me estaba viniendo el sueño y, zaz, los ojos se me abrían solos y pensaba en la perra y además comencé a estornudar porque cuando la saqué al patio no me puse los zapatos y todo mi piyama está lleno de huecos creo que había mucho viento y a lo mejor llovía.
Mario Vargas Llosa 
La ciudad y los perros

jueves, 9 de mayo de 2013

Si me despierto en medio de la noche.

El otro día, en medio de una aburrida clase de Literatura del siglo XVI, esta poesía de Juan Antonio González Iglesias me alegró la mañana. Así que la comparto con vosotros para ver si os alegro el rato.

SI ME DESPIERTO EN MEDIO DE LA NOCHE

Si me despierto en medio de la noche,
me basta con tocarte.
A mi lado respira
tu cuerpo de hombre joven
como animal en la naturaleza.
A mi lado descansa
esta musculatura construida
en la constancia del entrenamiento.
El tenista que triunfa
en las pistas de barrio cada martes,
el artista, el poeta, el que redacta
su tesis doctoral, el que diseña,
el que canta, el que baila,
el que sonríe deslumbrantemente,
el que guarda silencio,
el que lee,
el que combate contra mí en la cama,
el compañero de todas mis horas
tiene en estos momentos la perfección distinta.
La alegría, la gracia
que en las horas solares constituye
belleza que se mueve
ahora se resuelve en equilibrio.
Me gusta estar a ciegas.
No existe nada más que tu temperatura
resumiendo los datos verdaderos del mundo.
En medio de la noche,
tengo de pronto un indeterminado
número de minutos
para quererte
con el aturdimiento y la clarividencia
de los desvelados.
Siento en tu piel al ser humano bueno.
El ritmo de tu aliento
me comunica música muy simple.
Me indica mi lugar
en el cosmos. Al lado
de tu serenidad viril. Empiezo
a quedarme dormido
abrazado a tu cuerpo.
Si me despierto en medio de la noche,
me basta con tocarte.

 Juan Antonio González Iglesias 
("Eros es más", Visor Libros, Madrid 2007)