Alguien sabio me dijo que cuando estás mucho tiempo de exámenes, necesitas un gran acontecimiento justo después de ellos que te motive a llegar hasta el final sin derrumbarte; una gran fiesta, por ejemplo. Y qué puede haber mejor que terminar todas nuestras tareas universitarias un 5 de julio y planear irnos el mismo día 6 al Chupinazo de las fiestas de San Fermín, fiestas que tantos buenos momentos nos han dado en los dos últimos años, y acontecimiento el Chupinazo que sólo habíamos visto por la televisión...
Así que cuatro filólogos, cuatro mochilas, sangría congelada, un coche, y rumbo a Pamplona a las 7:30 de la mañana; y la incursión pamplonesa se convirtió en un cúmulo de anécdotas que no se nos olvidarán fácilmente.
La primera caña en un bar de las afueras con la camarera dando botes de alegría por la fiesta mientras nos servía, "¿Se puede beber en la calle?", un Chupinazo con Ikurriña gigante incorporada, la separación de los cuatro filólogos entre mareas de gente, mi expulsión del Chupinazo junto a un grupo de vascos, "Aquí no tiran vino, ¿no?", guiris con la charanga bailando el Paquito el chocolatero y Oliver y Benji como si fueran canciones reguetón, calderos de agua desde el cielo, camisetas que eran blancas y ahora son rosas y con aroma a vino tinto,siestas a la sombra de los árboles, extraños que te confunden con una almohada y e despiertan de un susto, franceses que se llaman Román, Manu y Román (o Gomén, Mani y Gomén), "¿Tú crees que nos lo estamos pasando bien?", coches perdidos en un parking perdido en las perdidas afueras de Pamplona, duchas con garrafas de agua calentorra al aire libre, bocadillos kilométricos, "No pasa nada. Cuatro días en la cárcel sin pasar por el juez. No pasa nada.", amigas de amiga, padres de amiga, brindis por amiga que está lejos (¡Por la que falta!), botellones de cuatro horas con el frío nocturno de Pamplona, encierro matinal (o cómo ponerse los primeros en una cola excesivamente concurrida y desorganizada para comprar entradas), breve y caluroso sueño en un parque, coche otra vez, Zaragoza de nuevo, y 12 horas de profundo sueño.
Breves pero intensos Sanfermines, con la mejor compañía, una gran experiencia, y muchas ganas de volver el año que viene y que esté la que faltaba.
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