Martes, 22 de abril de 2008.
Las clases de Lingüística General están resultando ser todo un descubrimiento para nosotros, protofilólogos. Pero sólo a veces, cuando la profesora (que nos parece un amor de mujer) nos cuenta algo tan interesante y revelador que ya tenemos tema de conversación para la hora libre que tendremos tras esta clase. O, simplemente, cuando nos señala un “pero” por la ventana y todos giramos la cabeza esperando ver, literalmente, un PERO con brazos, piernas y ojos saltones dando brincos por el aula. Inocentes alumnos de primero.
Es el cumpleaños de Sara, la chica del pelo rizado y el “Chicos, ¿qué hago?” siempre en la boca. Tal vez salgamos esta noche, porque mañana es San Jorge y no tenemos clase, aunque aún no estamos muy hechos a eso de la fiesta universitaria. Lo que decía, inocentes alumnos de primero.
Yo estoy sentado junto a Luismi, en la tercera fila, y no atendemos mucho porque estamos diseñando los personajes del cómic que estamos creando. Trata sobre un superhéroe filólogo llamado Súper Anapesto. El profesor de latín nos dio la idea para el nombre del personaje (y también nos ha bautizado como Los dunviros, porque siempre vamos juntos) y Ainhoa nos ha dado la idea para crear a las tres enemigas de nuestro superhéroe, las Brujas Químicas. Son muy malas.
Saray hoy no ha venido porque está malita. Nerea gira un boli entre sus dedos con habilidad (antes de terminar la carrera tengo que aprender a hacer eso). Nos llega un olor a mandarina y todos miramos a Sara, que se ríe con disimulo y con la boca llena mientras esconde la piel de su fruta favorita en el cajón.
La verdad es que estoy muy contento con el grupo de protofilólogos que nos hemos juntado. A veces vienen unas chicas mayores con nosotros, de quinto curso por lo menos. Una es Cristina, a la que hemos conocido gracias a que sigue viniendo a clase de latín; la otra es Judith, que siempre nos saludo con un “¡¿Cómo están mis niños?!”. En la primera fila hay cuatro estudiantes de Filología Clásica, tres chicas y un chico. Nunca hablamos con ellos, quién sabe si algún día los conoceremos.
Quedan quince minutos de clase y no aguantamos más, queremos salir a tomar un café y salvar el mundo en nuestra cafetería, El Lago Ness. Ayer conseguimos solventar esta angustia de final de clase con mi fantástico reloj que adelanta el tiempo. ¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes utilizar tan maravilloso aparato?! Pero... hoy me siento más inspirado. ¿Qué tal un viaje a un futuro más lejano? Por curiosidad, más que nada… Ayer, en la hora libre, hablamos sobre el futuro, sobre todo lo que nos quedaba de carrera, todo lo que tendríamos que estudiar... Empiezo a girar las manecillas del reloj rápidamente, creyéndome Hermione Granger con su giratiempo; cambio el día, el mes, el año…
Miércoles, 29 de mayo de 2013
Aparezco en una clase de Literatura del Siglo XX. Caras nuevas me rodean en esa horrible aula del Pabellón de Filología. A mi lado una chica de pelo rizado, que no es Sara, juega con su móvil escondido en un estuche de lentejuelas rojas. Giro la cabeza y empiezo a reconocer caras: Luismi está sentado detrás de mí, Saray en la última fila cogiendo apuntes a ordenador… Ni rastro de Sara, Ainhoa o Nerea… Deben haberse licenciado ya. Mucho menos hay rastro de Cris o Judith.
Entonces me doy cuenta de que mi viaje en el tiempo ha sido más poderoso de lo que me proponía, pues guardo muchos recuerdos de todos estos años que me he saltado y que empiezan a invadir mi cabeza como flashbacks: un concierto de Celtas Cortos, "el lunes volveremos a ser personas normales", todo el grupo sentado en el Parc Güell haciéndonos una foto, una trindesaca, Sara bailando en una calle del centro de Madrid, una fiesta griega en honor a María, un repaso de un examen de última hora con Julia, yo con Luismi en una ciudad francesa… Y muchísimos más recuerdos, tantos y tan buenos que tengo la necesidad de volver a mi tiempo, a aquel 22 de abril de 2008, para poder vivirlos y disfrutarlos con más intensidad de lo que puedo recordar. Empiezo a retroceder las manecillas del fantástico reloj, pero no ocurre nada. Me empiezo a poner nervioso, la chica de pelo rizado que tengo al lado me pregunta que qué hago. No sé cómo explicarle mi situación. La clase ya está acabando y ya no sé qué hacer. El reloj se me rompe en la muñeca de tanto tocar botones y ruletas. El profesor se despide y se levanta de su silla para dirigirse a la puerta. Estoy muy asustado.
Se forma un pequeño alboroto, todo el mundo empieza a ponerse de pie, yo también, nervioso. Me giro hacia Luismi. "Ya está", me dice, "nuestra última clase de la carrera".
Y no. Nunca volvimos a ser personas normales.
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