viernes, 24 de mayo de 2013

La ciudad y los perros.

Te mandan leer un libro en la universidad. Es de Mario Vargas Llosa, uno de esos autores que hay que haber leído. Se trata de La ciudad y los perros, su primera novela. Es una lectura obligatoria, de una asignatura que no te apasiona del todo, las expectativas son bajas. Al principio no te engancha. Cambios de perspectiva, cambios de espacio y de tiempo en la narración, monólogos interiores... pero son justo estos aspectos, característicos de esa novela, los que a las 100 páginas hacen que te vayas enganchando más y más, y termines absorto en una lectura que te lleva a un final que no te convence del todo. 

Y piensas en lo que has leído y no sabes si te ha gustado mucho o muy poco, pero te ha atrapado hasta la última página. Te ha hecho vivir la historia de sus protagonistas. Te ha hecho sentir con ellos. Y pasas tres días pensando la historia del Poeta, del Esclavo, del Jaguar y de Teresa.

A fin de cuentas, eso es lo que hace que un libro te guste. 


Tengo pena por la perra Malpapeada que anoche estuvo llora y llora. Yo la envolvía bien con la frazada y después con la almohada pero ni por ésas dejaban de oírse los aullidos tan largos. A cada rato parecía que se ahogaba y atoraba y era terrible, los aullidos despertaban toda la cuadra. En otra época, pase. Pero como todos andan nerviosos, comenzaban a insultar y a carajear y a decir "sácala o llueve" y tenía que estar guapeando a uno y a otro desde mi cama, hasta que a eso de la medianoche ya no había forma. Yo mismo tenía sueño y la Malpapeada lloraba cada vez más fuerte. Varios se levantaron y vinieron a mi cama con los botines en la mano. No era cosa de machucarse con toda la sección, ahora que estamos tan deprimidos. Entonces la saqué y la llevé hasta el patio y la dejé pero al darme vuelta la sentí que me estaba siguiendo y le dije de mala manera: "quieta ahí, perra, quédese donde la he dejado por llorona", pero, la Malpapeada siempre detrás de mí, la pata encogida sin tocar el suelo, y daba compasión ver los esfuerzos que hacía por seguirme. Así que la cargué y la llevé hasta el descampado y la puse sobre la hierbita y le rasqué un rato el cogote y después me vine y esta vez no me siguió. Pero dormí mal, mejor dicho no dormí. Me estaba viniendo el sueño y, zaz, los ojos se me abrían solos y pensaba en la perra y además comencé a estornudar porque cuando la saqué al patio no me puse los zapatos y todo mi piyama está lleno de huecos creo que había mucho viento y a lo mejor llovía.
Mario Vargas Llosa 
La ciudad y los perros

No hay comentarios:

Publicar un comentario