"Kilómetros y kilómetros había recorrido Atreyu, y ahora estaba allí, mirando a la Emperatriz Infantil sin poder decir una sola palabra. A menudo había intentado imaginarse el momento, había preparado lo que le diría, pero de repente todo aquello se había borrado de su mente.
Por fin ella le sonrió y dijo con una voz que sonaba tan suave y delicada como la de un pajarito que cantase en un sueño:
Por fin ella le sonrió y dijo con una voz que sonaba tan suave y delicada como la de un pajarito que cantase en un sueño:
- Has vuelto de la Gran Búsqueda, Atreyu.
- Sí -pudo decir Atreyu, bajando la cabeza.
- Tu manto se ha vuelto gris- siguió diciendo ella tras una breve pausa-, tus cabellos son también grises y tu piel es de piedra. Pero todo volverá a ser como antes o mejor aún. Ya verás.
Atreyu tenía un nudo en la garganta. Sacudió la cabeza de forma casi imperceptible. Entonces oyó decir a la voz delicada:
- Has cumplido mi misión...
Atreyu no sabía si aquellas palabras eran una pregunta. No se atrevía a levantar los ojos y leerlo en la expresión de ella. Lentamente, cogió la cadena con el amuleto de oro y se lo quitó del cuello. Extendiendo la mano, se lo ofreció a la Emperatriz Infantil, con la vista siempre en el suelo. Trató de hincar una rodilla en tierra, como hacían los emisarios en los relatos y canciones que había escuchado en los campamentos de su país, pero la pierna herida le falló y cayó a los pies de la Emperatriz Infantil, quedándose con el rostro contra el suelo.
Ella se inclinó, recogió a ÁURYN y, mientras hacía resbalar la cadena entre sus blancos dedos, dijo:
- Has cumplido bien tu cometido. Estoy muy contenta de ti.
- ¡No! -balbuceó Atreyu casi fuera de sí-. Todo ha sido en vano. No hay salvación.
Se hizo un largo silencio. Atreyu había enterrado la cara en el hueco de sus brazos y un estremecimiento recorrió su cuerpo. Temía escuchar un grito de desesperación de los labios de la Emperatriz Infantil, un lamento de dolor, quizá reproches amargos o incluso un estallido de cólera. Él mismo no sabía qué esperaba... pero desde luego no era lo que oyó: ella se reía. Se reía suave y alegremente. Los pensamientos de Atreyu se arremolinaron y, por un momento, pensó que la Emperatriz se había vuelto loca. Pero aquella risa no era un risa de locura. Entonces oyó que su voz decía:
- ¡Pero si lo has traído!
Atreyu levantó la cabeza.
- ¿A quién?
- A nuestro Salvador."
Michael Ende, La Historia Interminable.
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