viernes, 21 de marzo de 2014

El despertador (parte II)

Aquí os dejo la continuación de El despertador (cuya primera parte tenéis aquí). Espero que os guste, y muy pronto pondré el final.

El despertador (parte II)


NUESTRA CASA. 
Poco a poco construimos nuestra casa entre tú y yo. No a base de ladrillos, cemento o cañerías, sino que la construimos con otras cosas que hicieron de ese lugar nuestro hogar. Tú pusiste el orden, y yo puse el color. Tú pusiste libros por todas partes, yo música a todas horas. Tú, borrajas para comer, yo, patatas fritas para cenar. Tú, la trilogía de El Padrino en DVD, yo, la saga de Harry Potter en Blu-Ray. Tú un poco de seriedad, yo un poco de espontaneidad. A fin de cuentas, tú pusiste un poco de ti, y yo puse un poco de mí. 
Habíamos decidido irnos a vivir juntos cuatro años después de conocernos. En realidad, me habías convencido para que fuésemos a vivir juntos; yo era más partidario de la calidez y la seguridad del hogar paterno, pero tú habías conseguido bastante estabilidad y un buen puesto en tu trabajo, y yo empezaba a ganar dinero en serio con mis dibujos: alguna publicación mensual en revistas y colaboraciones con varios autores.
Al principio no veía tu plan con ninguna convicción ni seguridad. Pero luego recordé todas las noches que habíamos pasado juntos hasta entonces, despertándonos el uno al lado del otro, y me di cuenta de que quería que todos mis despertares fuesen así. Luego tú encontraste aquel pequeño piso antiguo, de altos techos, salón grande y dormitorio frío, y la ilusión de tu voz y tu mirada la primera vez que me lo enseñaste fue lo que al final me hizo decidirme.
Un mes después de mudarnos ya estábamos totalmente adaptados el uno al otro. Habíamos encontrado la forma de ver la televisión ambos tumbados en el sofá sin molestarnos, aunque luego siempre discutiéramos sobre qué ver; habíamos descubierto que nuestros cuerpos encajaban escandalosamente bien en aquella gran cama que habíamos comprado, y yo no podía imaginar dormir con otro calor que no fuera el que salía de ti. 

En poco tiempo habíamos creado una rutina que más bien era un sueño del que nunca hubiera querido despertar. Por eso ahora se me hace tan difícil dejarlo todo atrás, marcharme de esta casa, llevarme todas nuestras cosas y no volver a entrar por esa puerta.

MI DESPERTADOR
Cuando mi despertador sonaba antes que el tuyo (mi despertador era mi móvil en el que sonaba una canción que odiabas de Dover) te observaba dormir unos minutos, antes de ponerme encima de ti y atacarte a cosquillas bajo las sábanas. Tú siempre chillabas y me pegabas, y te quedabas refunfuñando tapada hasta la cabeza mientras yo iba al baño. Entonces te daba un beso y me iba a prepararte el desayuno. Siempre me decías que era un torbellino por las mañanas, que no sabías de dónde sacaba esa energía y que parecía un niño que se despierta antes que sus padres un domingo por la mañana. 
Después llegabas a la cocina arrastrada por el olor a café, y te sentabas frente a tu taza con ese semblante serio. Pero yo sabía que no estabas enfadada, y pronto se te escapaba una leve sonrisa entre sorbo y sorbo de café. 
Luego, mientras me duchaba, siempre me ponía la música a tope. Yo no podía ducharme sin mi música, al igual que no podía dormir la siesta sin la televisión de fondo; tú no entendías esas manías mías, incluso me llamabas idiota cuando se las contaba a alguien. Recuerdo una mañana en que salí de la ducha cuando sonaba una de mis cancines favoritas, Diane Young (+), y te encontré bailando en la habitación mientras te vestías. Lo negaste siempre, porque nunca te había gustado bailar. Tanto tiempo junto a mí había hecho que de vez en cuando se te escapara uno de esos gestos más típicos de mí que de ti, como una sonrisa a destiempo o un movimiento de cadera al ritmo de una canción.


Licencia Creative Commons
El despertador por Carlos Carranza se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional.

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