Los visitantes del Templo del mal suelen penetrar en el lugar con un estado de embriaguez producido en ese lugar que hace de antesala, la Antesala del Mal, podríamos llamarlo; o mejor, Oktoberfest. Son demasiadas cervezas repartidas por un grupo de alemanes cantores que obligan a sus espectadores, con sus animados instrumentos, a dar tres saltos sobre inestables mesas de madera, nadar un poco y dar palmadas al ritmo que marcan. Aunque también tienen la capacidad de aburrir soberanamente con unas melodías sacadas de la Alemania más profunda y folclórica, y es que cuándo entenderán estos alemanes que no nos interesa su cultura, que nosotros ya tenemos el Paquito el chocolatero, y que lo único que nos interesa de ellos es su cerveza.
Pero, no temáis valerosos lectores, siempre se puede escapar de este lugar, ya sea en tranvía o en autos de choque.
¡Viva Merkel! ¡Viva la Virgen del Pilar!
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