viernes, 2 de julio de 2010

La sombra del ciprés es alargada

Encauzado el verano por unas veredas tan uniformes se nos fue como una ilusión, cuando casi no habíamos empezado a saborearlo. Me acordé de mayo y de cómo había pensado entonces que las vacaciones estivales eran una cosa a la que apenas si se les veía el fin. Transcurridas ya, empecé a darme cuenta de que nada hay largo en la vida por muy largo que quiera ser. Había vaciado un año de mi existencia desde el día que mi tío me llevara a casa de don Mateo a bordo de una carretela descubierta. De entonces acá me quedaba la huella de unos cuantos días, muy pocos, que destacaban sobre la uniformidad de los demás con características peculiares. Opiné, para mis adentros, que si la vida normal se componía de otras sesenta unidades como ésta, tenían mucha razón los que afirmaban que la existencia era un soplo, el transcurso fugaz de un instante, una realidad que sólo daba tiempo para meditar que, aun pareciéndonos mentira, ya habíamos vivido la vida que nos correspondía.

Miguel Delibes,
La sombra del ciprés es alargada